Correspondencia.Directo hasta el cielo

     Cómo no llorar al recordarlo, cómo evitar esto, si con el tiempo se fue desmoronando ante mis ojos y yo sin saber cómo ayudar. La importencia me cubre ahora cuando pienso en usted y su sufrimiento natural ¡Ay Abuelo! Cuántos momentos


     Aún siento el frío de su mano temblorosa que cada año se hacía más pesada. Las piernas que decidieron ponerle la renuncia, tras sostener su erguida figura durante años. Los pasos se aminoraron y su terquedad no los pudo hacer regresar.



   Aquella persona auto suficiente quedó resumida a una tierna mirada desprotegida que suplicaba compañía. Y ahí me quedaba, escuchándolo pelear con usted mismo por no poder continuar una frase, y yo sin poder adivinar las palabras que quería decirme. Al final desistía de recordar, pero seguía sentada al borde de la cama, hoy vacía.



     Sus gritos de dolor, los de alegría, aquellos llamados con su campanita, muchas veces sin motivo o sólo para saber si estábamos pendiente y nos burlaba. Se reía. Los reclamos, las quejas, los lamentos, se debatían entre ser "el independiente Abuelo" que iba a todos lados y aquél cuerpo atenido a cuidados de terceros.  

     Un carácter que nunca abandonó su mente, pero se desaparecía de vez en cuando para darle paso al conformismo, la resignación de "ese viejo" en el que se convirtió con los años por mera naturaleza.



      No más cachetes de mango en cuadritos, ni aguacates con casabe. La ovomaltina ya no corría por su cuenta y su canciones folclóricas dejaron de despertarme. Extraño mucho de todo, añoro bastante de tanto. Así como sus recuerdos de la Venezuela de su infancia y la comparación de sus tiempos con los actuales.



      Ya mis gritos al teléfono que acotaba nuestra distancia, se hicieron olvido. No más hablarle al oído y pausado para que me entendiera. Aunque pasan los años, y sólo me acompaña la cajita que lo guarda y la compota de compañía, verla todavía me hace recordar su rostro, la avena por la mañana tiene su imagen y el grito de "Mi Catira" sigue vivo en mi cabeza.



   ¡Ay Abue! Cuánto habrá callado por circunstancia y de cuánto se habrá quejado por confusión. Lo intentamos, con mucho esfuerzo. Sin embargo, sabíamos que de un momento a otro nuestros rostros se harían borrosos, nuestros nombres desaparecerían de su memoria y cada día empezaríamos de nuevo, uno sin dejar rastro del anterior.



   Hubiese querido tener más comprensión, paciencia, tiempo. Poder para defenderlo, fuerza para levantarlo y madurez para entenderlo. Ya cualquier lamento sobra. Sólo me queda vivo su recuerdo y activas sus enseñanzas que me hacen extrañarlo como antes, cuando caminábamos del colegio a la casa,  los dos gorditos agarrados de su mano.



Bendición Abue, directo hasta el cielo.




Carta de un padre a su hijo...

El valor de lo impreso





     Se me hace difícil describir cuánto valor puede tener algo que está escrito, y a su vez impreso. Pocos son quienes tienen ese amor por las letras. Unos cuantos logran apreciarlas como merecen. En este caso, mucho de lo que se imprime cuesta: creatividad, dinero, esfuerzo. Algunos, pueda que no valgan el detalle. Aún así, colecciono la mayoría de los escritos que logran impactarme, y sino, al menos los reciclo. No los boto sin segundas oportunidades.

     Me cuesta con demasía, deshacerme de los papeles que otros llaman “basura”. No saben lo que dicen. Sé que no todo lo impreso es fruto de un trabajo para conservarlo. Estoy clara por ahí. Aún así, trato de reunir lo que realmente tenga un plus, digno de compartir con el pasar de los años.

     Es terrible ver como los periódicos y las revistas, que representan una ardua labor de profesionales en diferentes áreas, terminan bajo las patas de los animales domésticos y, en el peor de los casos, son el mantel de sus necesidades fisiológicas ¡Dios! Qué terrible es visualizar tu nombre, bajo semejante desecho ¿quién habrá sido el de la idea?

     Sin embargo, no culpo al resto de la humanidad que no está involucrada con impresos. Ellos pueden sentirse aliviados de botar cuanta revista vieja tengan en casa. Quizás sus exigencias vayan mucho más allá de una edición especial que reúna, por ejemplo, los avances tecnológicos de la ciencia en 100 páginas, o los 50 años de existencia de un magazine de modas, bien podría ser las entrevistas a 10 personas más influyentes de la década o un folleto con las piezas del arte POP. Ese es su problema, allá ellos.

     Cualquier material que nosotros -porque sé no soy yo solamente- sepamos cuánto esfuerzo lleva y queramos mostrar un poquito de respeto, es válido guardarlo como recuerdo. Realmente, sería terrible que un periodista, quien  en muchos casos suda la frente para estampar cada marca en un trozo de papel, no lo tome en serio. 

      Posiblemente haya opción de pensar que los clasificados son para el perro, los encartados de ferreterías, eso. La lista de jubilados, el resultado de la lotería y hasta las páginas de sociales, úsenlo para cualquier cosa.

     Queda: resignación. Es posible que cometa un grandísimo error y mi biblioteca se convierta en un almacén de "desechos", como suelen decirme. Sólo sé que cuando quiera poner como ejemplo algo de ese folleto “de mano en mano”, el reportaje especial, la invitación a una obra, lo voy a tener guardado y lo habré conservado tan intacto como se pueda.