Y sí, hay amores de metro. Aunque no lo pensara antes, en 40 minutos de viaje me pasó por la mente la idea de unas miradas encontradas que recrearan la historia del tema Jueves de La oreja de Van Gogh. No sólo por el final fatalista de la letra, sino por los "pequeños detalles" que hacen de la canción una novela.
Es fácil encontrar en el metro, una mirada perdida que te enamora. Más, cuando hay quienes entran a la estación pensando en esos ojos que capturan su atención. Puedes ver a 500 personas "tapusadas" pero siempre encuentras la manera de ubicar la silueta que buscas.
Cada día, a la misma hora, tu corazón empieza a palpitar albergando la esperanza de que este comprando el ticket, bajando las escaleras o esperando el vagón. Una rutina que no te pesa, porque las ganas pueden más que la monotonía.
Duele en lo más profundo cuando nada pasa, esperas dos vagones más, por si se le hizo tarde, y nada. Ni en esa estación, ni en la siguiente. Empieza la preocupación por saber qué habrá pasado. Enfermedad, trasnocho, compañía. Es lo malo de volar sin tener la seguridad de que es correspondido.
Sin embargo, hay idas tristes pero regresos felices. Justo cuando estás a punto de salir corriendo del andén, no soportas tantas personas a tu alrededor. Empieza la lucha por entrar al vagón. Se abren las puertas, visualizas el asiento y cuando menos lo imaginas, se sienta a tu lado quien tanto añorabas.
Esos momentos, locos momentos, que nos llenan de alegría. Colman nuestra ruta de principio a fin con la charla del "qué hiciste hoy, no te vi en la mañana" y las explicaciones sobran cuando en tu rostro se dibuja la sonrisa del tan esperando encuentro que, de no suceder, te sumergiría en la melancolía suprema.
Todo cambia y luce más claro cuando las ilusiones son las protagonistas de nuestra vida, siempre que sean saludables y no pasen a convertirse en caprichos o mucho peor, obsesiones. Demás está acotar que lanzarse a los rieles del metro no es una opción. Morir no es una opción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario