Reencuentro con las rotativas

     Las mariposas en el estómago son ciertas. Ellas aparecen como manifestación de tu cerebro cuando estás feliz. El aleteo que provocan te hace sonreír y sólo sucede al estar presente ante un amor.

     De ese que te flechó hace años, te hace levitar con cada paso y tú te sabes diferente pero más nadie lo nota, si tienes suerte. Déjame contarte cómo fue mi reencuentro efímero con mi eterno amor: Las Rotativas.

  La idea de visitar el diario EL UNIVERSAL (periodista venezolano sabe que esa marca va en mayúsculas) me despertó el sentimiento guardado por un lugar en mi corazón, que de vez en mes visito. Las salas de redacción me sedujeron en mi época de estudiante y desde un pupitre me imaginaba corriendo entre cubículos súper decorados (típico de los reporteros) con hojas volando y teléfonos repicando. Tuve -por poquísimo tiempo- la experiencia de disfrutarlo-aborrecerlo y aprender de ello.

     Cuando surgió la encomienda, pensaba que sólo llegaría a una fría recepción con un inmenso logo amarillo y negro, propio del medio en cuestión. Que apenas me harían firmar una simple planilla y sólo tendría chance de ver a los periodistas pasar con sus preocupaciones anotadas en la libreta. A Dios gracias, no fue así.

El momento del encuentro

     Estar en el centro de Caracas fue parte de la aventura de conocer a mi enamorado. La Torre EL UNIVERSAL queda en la avenida Urdaneta, justo en La Candelaria. La esquina de Ánimas es dónde se levantó el edificio del periódico desde 1969 - que en 1971 obtuvo un Premio Nacional de Arquitectura-, luego de haberse mudado por tercera vez tras su fundación en 1909 -sí, 105 años, buena la cuenta- Allí, en ese sector, se conoce la capital. En esa zona está la idiosincrasia del venezolano pegada en las paredes de grandes edificios detenidos en el tiempo. Me encanta ir...de turista solamente.

     Me anuncié en vigilancia y todo lucía un poco más lujoso de lo que pensé, un cariñito para darte la bienvenida como huésped temporal (el ascensor HABLA y tiene granito pulido) Subí al nivel U2 y encontré la puerta al área donde escribe la historia de un país en uno de los matutinos de mayor tiraje en Venezuela. 

     Había una reunión de pauta. Los periodistas debatían el titular de la primera (por favor no le digan portada): el "díadía" versus el fallecimiento de Pedro León Zapata, caricaturista de profesión y muchas otras comas por su haber. De esas eminencias que se lamentan al decirles adiós pero a sus 85 años y bajo sus condiciones de salud, tocaba un descanso eterno. Su nombre se escribió con pluma permanente en varios colores de los murales y cuadros a nivel nacional e internacional. Mi cercanía con él sería por años de ser radioescucha de su programa Divagancias y tener el privilegio de trabajar para la radio donde se produjo y transmitió -hoy con Laureano y Miguel Delgado al micrófono-.

     Sólo pude rastrear mi alrededor unos minutos mientras ubicaban a la persona que me apoyaría. Muchos libros, maquetas de impresos antiguos están pegados en los vidrios de ciertas oficinas y  me llamó mucho la atención los cubículos sin división. Todos se ven las pantallas de las computadoras y la privacidad se convierte en una herramienta transparente para darle paso a un espacio familiar, donde da la idea de trabajo en equipo. 

     Quería quedarme. Sí, quería - por pocos segundos- tener la propiedad de posar mis cosas en un escritorio de esos y pasar con derecho a la reunión. Se respiraba noticia. Es un ambiente donde se ensamblan los sucesos del día para plasmarlos en cajas de texto que irán a tinta y encenderán las rotativas a millón. Un proceso emocionante...y "cansón". Que te llega a encapsular en una relación amor-odio, porque la rutina también visita a las salas de redacción.

     Entregué el pedido, se acabó la visita y salí. Fueron los siete minutos mejor aprovechados del día. Me sentí estudiante-pasante-profesional a la vez. Válido para un lugar común, que mi profe de Periodismo Avanzado: Fabricio Ojeda, sugeriría evitar pero ¡Que tanto! Estaba "como pez en el agua". Algo así como conejo en una huerta de zanahorias o mosquito en playa nudista. 

     Y me despedí. Me fui con mi carnecito de visitante N°62. Pasando por debajo de la mesa sin pena ni gloria. Reflexionando sobre el momento en el mismo ascensor parlante, vi el cuarto de rotativas y le lancé besitos con la mirada. Según esas máquinas pueden editar 144 páginas y lanzar 70 mil ejemplares por hora (sí, me lo chismió Wiki) Cero fotos del lugar, más de las que se guardaron en mi mente y algunas simples de la entrada por mantener la "seguridad". 

     Para calmar mi despecho periodístico por huirle a "patear calle", leeré el libro de Eduardo Rodríguez Giolitti "Mi vida en el medios: la emoción de comunicar". Ahí ahogaré una pena interna por "darle un tiempo" a mi relación con ese eterno amor. Cambié la dirección de camino que conducía hacia hablar de asuntos de interés social, pelear por la justicia en el país de Alicia y tener la noticia de primera mano por ser un Agente del Cambio. Porque un día decidí que podía hacer un periodismo feliz, unas noticias alegres y vivir en contra de un sistema económico.

     Sé que le debo agradecimiento a mi carrera, pero también estoy consciente de que hay amores "eternos e inolvidables", como cita la reina Rocío, que jamás dejarán tu corazón aun cuando debas dejarlos atrás para evolucionar. El camino por el mundo de la Comunicación Social, en mi caso como el de muchos, va más dirigido a revolucionar las mentes desde los espacios masivos para invitarlos a crear una mejor versión de ellos ¿Se puede? Creo que algo así se preguntaría Steve y hoy por hoy la respuesta es tácita.